“El breve aleteo de una mariposa puede provocar un huracán en otra parte del mundo”
Irónicamente es un proverbio chino, que debe ser actualizado, pues ahora el aleteo de un murciélago ha provocado un huracán de muerte, desolación y tristeza en toda la tierra. Ese aleteo de un ser tan insignificante llegó hasta el último rincón del mundo.
Desde que inició la cuarentena, ya he perdido la cuenta del número de días en los que esta pandemia ha desnudado nuestra humanidad y lo que realmente somos como especie; los primeros días, sin duda, fueron de nerviosismo, sin embargo, era motivante observar que grupos sociales, colectivos espontáneos, personas comunes incluso los grupos religiosos arrimaban el hombro para socorrer a los que más lo necesitaban, y ver eso me ayudaba a saber que no estaba solo, si algo me llegara a suceder habría gente ayudándome.
En esos mismos días estuvieron y aún lo están los héroes de batas blancas cuidando de los que se han infectado, trabajando sin cesar, sin equipos de protección en algunos de los casos, arriesgando su vida y la de los suyos, por qué este virus es tan contagioso que lo puedes llevar a cualquier parte y contaminar a los que más quieres, a los más débiles, en fin, nadie sabe que tan fuerte es como para resistir una enfermedad tan impredecible.
Ese aspecto humano de los médicos y enfermeras que sin importar el riesgo de su vida continúan trabajando, sin importar si conocemos sus nombres, sin importar si el estado los declarará héroes nacionales, sin importar si el día de mañana recibirán con igual dedicación la ayuda de la sociedad o el gobierno. Saber eso me hace pensar en otro mañana, distinto al que vivíamos.
Algo provechoso de esta pandemia es que la tecnología, específicamente las redes sociales, nos permitieron utilizarlas de forma racional para no romper el contacto con las personas que estimamos. Es así como nuestra logia continúo trabajando, reuniéndose virtualmente, invitando hermanos de otros talleres para compartir su sabiduría y trabajo, eso ha enriquecido nuestra forma de ver el mundo, o en otros casos nos ha hecho poner los pies en la tierra para darnos cuenta que nos espera un arduo trabajo como hermandad.
Luego están, como siempre, los que creen que son nuestros salvadores, los que cobran un buen sueldo a base de nuestros impuestos o por los servicios que pagamos, los que salen en las noticias todos los días, los que la embarran siempre, sí ellos, los que elegimos o los que nos dan eligiendo y no tienen vergüenza ni escrúpulos para aprovecharse del más mínimo problema para llenar sus bolsillos y vaciar sus almas, porque en eso se convierten, en unos desalmados. Quiero evitar pensar que es culpa nuestra, porque nosotros se los hemos permitido, porque nuestra democracia liberal es un monigote mal hecho por falta de valores humanos y ciudadanos.
Todas esas reflexiones no son sólo mías, seguramente son de todos, pues nuestra vida es así entre claro oscuros, entre una dualidad de la que depende nuestra felicidad y a la que nosotros le ponemos peso en una balanza que siempre se inclinará hacia lo bueno o lo malo. En función de este relato surgen preguntas que espero me ayuden a llenarme de esperanzas para el mañana.
En este tiempo extendido y enclaustrado me he preguntado si era feliz, pero no esa felicidad que nos han vendido los medios de comunicación, no esa llena de aderezos y estereotipos sociales como el título académico, la familia perfecta, la casa propia, el auto, los reconocimientos, las amistades, la independencia económica, en fin, todo eso que supuestamente cuando lo tenemos nos hace sentir felices.
Entonces si todo eso no es felicidad qué es, Harari un historiador habla sobre la crisis de la sociedad actual y su confusión sobre el placer y la felicidad, nos dice que confundimos la felicidad con la suma de placeres que nos dan la sensación de felicidad, y yo le sumo que nos acostumbramos tanto a los placeres que tratamos de extenderlos el mayor tiempo posible para sentirnos supuestamente felices y eso nos hace olvidar los pequeños instantes de felicidad diaria con la gente que nos ama o nos necesita.
¿Si llegáramos a conseguir todo eso que la sociedad moderna nos ha vendido como fórmulas de felicidad, seríamos felices? ¿Cuándo nos damos cuenta de que somos felices? ¿Sabemos vernos felices?
Traté de responder esas preguntas y me di cuenta de que antes de esta pandemia tenía y aún lo tengo todo para ser feliz, tengo familia y amigos a los cuales no llamaba nunca, podía ver a mi madre cuando quisiera, tomarme un café con mis abuelos y que me alimentaran de valores que a veces olvido, jugar con mis hijos, compartir tiempo con mi esposa, ayudar desde mi profesión desinteresadamente a una causa, pero no lo hice por cumplir con los dictámenes de esta sociedad moderna llena de elementos cuantificables y como lo llama la academia de evidencias objetivas.
Ver la fragilidad de la vida nos hace replantear y priorizar lo realmente importante y entender que existen realidades que no son evidentes, pero nos ayudan a construir nuestra felicidad en base a valores que no los encontramos en lo tangible si no en lo intangible, en el trato profundo con el otro.
Ahora bien, vivimos en un mundo en el que todos formamos parte de un sistema social y económico que trata de garantizar el desarrollo y hemos llegado a tanto que nuestra medida para saber si somos un país desarrollado es el PIB, es decir toda nuestra calidad de vida y nuestros sistemas de valores depende de un indicador económico, y esta pandemia ha demostrado que la especie humana no puede ser reducida a indicadores, pues no muestran cabalmente la complejidad social del desarrollo.
Es así como países tan desarrollados como EE. UU. no han podido hacer frente a la pandemia y proteger a sus ciudadanos. Y es que los humanos somos expertos en trazar relatos y mitos para crear referentes. Para salir de donde estamos tenemos que crear nuevos relatos que nos deconstruyan como humanos, centrados en los valores, no sólo humanos sino aquellos que nos permiten valorar todo lo que existe en esta aldea que en este caso penosamente es global.
Conforme a la pirámide de Maslow podemos reflexionar que la primera necesidad que debemos superar para poder desarrollarnos es la alimentación, pero en la actualidad más personas mueren por enfermedades derivadas del exceso de comida que por desnutrición, esto nos lleva a replantearnos que hemos llegado a tal punto de consumismo placentero que somos capaces de autodestruirnos con tal de satisfacer nuestros placeres, esta es una acción muy pueril, sin embargo demuestra que nuestro sistema de valores se ha deformado tanto que no podemos ni protegernos en lo más sencillo y cotidiano de nuestras vidas, peor aún como para utilizar mascarillas y lavarnos las manos con frecuencia.
Esta crisis mundial también ha desnudado, en el caso de nuestro país, a la democracia liberal y el sistema de instituciones del Estado los cuales sufren una profunda pandemia de corrupción, lo que debería llamarnos la atención es que nuestro sistema parecería un caldo de cultivo; ¿pero de dónde sale tanto corrupto?: podríamos culpar a la familia, a la educación, a la sociedad, sin embargo los estudios, nos dicen en sus indicadores que los países más desiguales económicamente son los más corruptos, sin embargo debemos transformar ese argumento para decir: los países más corruptos son los más pobres y sólo así podríamos darnos cuenta que la solución no es económica sino moral y ética.
Finalmente quisiera desear que de esta salgamos todos, pero no a nueva normalidad si no a un mundo nuevo forjado en valores desarrollado por sus índices de solidaridad, honestidad, altruismo, cuidado por la naturaleza valores que siempre nos ayudarán a pulir nuestra piedra bruta y nos enseñarán el camino a la virtud.
Mi palabra V:.M, QQ:.HH
MONSER