“… De ti nací y a ti vuelvo,/
arcilla vaso de barro;/
con mi muerte yazgo en ti,/
en tu polvo enamorado”
Estrofa escrita por Jorge Enrique Adoum, de la canción nacional más representativa
de nuestra identidad
Conocí la palabra del Maestro –escrito y dicho así, de inicio y con mayúsculas- cuando tenía quizás quince o dieciséis años, entre sus artículos escritos para una revista que por entonces, pretendía convertirse en referente de la élite cultural y económica del Ecuador y en la que me sorprendió encontrar artículos de personajes icónicos de nuestro país, considerados “progresistas” y hasta socialistas
Inició para mi, una especie de afición por el ensayo, que llegaría incluso a rayar en fascinación por la lectura y admiración al autor que traía hasta mi, cada mes, tan ricos y diversos temas, desde una perspectiva particularmente crítica, con humor muy agudo y desde una filosofía que yo aspiraba compartir.
Ese fue el primero de varios encuentros con Jorge Enrique Adoum y con su obra; el primer acercamiento a su vida de trota mundo, de políglota, de bohemio, de diplomático, cosmopolita, escribidor y genio. Mi aproximación al maestro, hijo del “Mago JEFA”, del Gran Maestro Mas:., amigo cercano de cuantos líderes, filósofos, artistas, escritores y escritoras he admirado en mi vida y de muchos otros a los que desgraciadamente no conoceré nunca.
Mil dispensas QQ:.HH:. por traer a ustedes un tema que pudiera parecer personal, casi desubicado, pero encuentro en nuestro taller, el mejor foro para hablar de cultura y creo, desde mi modestísima perspectiva, que Adoum es el mayor referente literario ecuatoriano de los últimos cuarenta años.
Así lo expresan sus más de treinta obras en diversos géneros: poesía, ensayo, novela y teatro; gracias a los que obtuvo también diversos reconocimientos como el Premio Casa de las Américas, en Cuba en 1960, el premio Javier Villaurrutia en México, en 1976 con la novela “entre Marx y una mujer desnuda” y, ser finalista del premio Rómulo Gallegos en Venezuela, en 1997. Tal vez “Ecuador señas particulares” publicado en 1997, sea el ensayo más completo sobre nuestra identidad nacional.
Su vida transcurrió en diversas ciudades y países del mundo, en donde fue estudiante, funcionario, activista cultural y político. Fue secretario personal de Pablo Neruda en Santiago de Chile y sobre él diría el Nobel “es el mejor poeta de América Latina” cuando Adoum tenía solo 26 años.
En el marco del Programa Principal de la Unesco para el conocimiento de los valores culturales de Oriente y Occidente viajó a Egipto, India, Japón, Israel y China. Trabajó como periodista de Radio Francia Internacional, traductor de la ONU y la OIT en Ginebra y miembro del consejo de redacción del Correo de la UNESCO. Fue nombrado en 1994 profesor honorario en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en la República Dominicana.
En Ecuador aparte de desempeñarse como Director Nacional de Cultura, obtuvo el Premio Nacional de Poesía con los dos primeros volúmenes de “Los cuadernos de la tierra” y el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, en 1989, el más alto reconocimiento en el ámbito cultural del Estado Ecuatoriano, por el conjunto de su obra.
No obstante, pienso que los ecuatorianos quedamos en deuda con “el turquito”- como le llamaban sus buenos amigos- hizo falta por ejemplo, una verdadera cruzada y asumir el propósito nacional de impulsar su nominación al premio Cervantes en 2005, lo cual habría sido justo con su obra y con la historia. En esto, le quedamos debiendo también las Universidades Ecuatorianas de las cuales fue un leal amigo. Allí, en las aulas universitarias fue donde lo conocí personalmente. Un gran amigo suyo, Pedro Saad, me insinuó que había otro camino para buscar la verdad y que debería seguirlo. Tal vez por eso estoy aquí esta noche entre ustedes.
Pudiera ser ese, uno de los pocos privilegios del trabajo en la academia, el encontrarse por allí, cualquier día, caminando sin ruido a verdaderos genios, a verdaderos maestros y platicar con ellos, aprender y renovarse como lector, como ciudadano y como ser humano. Serán sin duda mis mejores recuerdos de la vida universitaria, las oportunidades que tuve de recibir sus enseñanzas, de entablar una plática amena, de presenciar incluso una discusión tan frontal como fraterna, en una noche de amigos de la cultura, que se alargó al ritmo de sus historias y al calor del buen vodka que tanto disfrutaba.
Lamentablemente he leído unas cuantas de sus obras, pero en ellas he redescubierto al país, su cotidianidad, su belleza, sus triunfos y sus fracasos. Gracias a sus relatos he aprendido mucho más de la historia del mundo y sus protagonistas, sintiendo en todo momento que quien me la cuenta es un amigo.
Seguramente así -guardando las inconmensurables distancias por supuesto- lo sintieron cuando escucharon el tono pausado, agradable pero claro y firme del turquito, Cortázar, Neruda, Juan Rulfo, Henry Miller, Alfredo Pareja, Eduardo Galeano, Violeta Parra, Mario Benedetti , Vargas Llosa o Benjamín Carrión, por mencionar solo algunos de sus contemporáneos y contertulios.
A Jorge Enrique Adoum le debemos todo lo que no pudimos entregarle en vida, simplemente por que no teníamos cómo dárselo. Porque la memoria de este pueblo es fugaz y por que la riqueza de su obra solo pudo ser superada por la amargura de nuestro desconocimiento.
Lo considero mi referente y tal vez ese cariño me lleva al elogio innecesario, vano frente a su figura trascendente. Pero por esa misma razón y por que lo vi como un Mas:. si mandil, es que me dolió su muerte, como la de un hermano. Por esos días nos separaba literalmente un océano, pero me habría gustado acompañarlo aunque fuera de lejos, a cumplir su promesa de amigo, a dejar las cenizas de lo que fuera solo su cuerpo terrenal, bajo el “árbol de la vida” junto a Guayasamín, en una vasija de barro.
Ahora, cada vez y tanto, doy una vuelta por ese lugar que me recuerda la grandeza de su espíritu. Y desde ahí, desde mi insignificancia, contemplo extasiado la luz del sol que brilla, sobre la gran nación cultural que soñaron!
Es mi palabra…
Caminante.